lunes, 7 de octubre de 2013

Francisco Javier Clavijero, maestro de Miguel Hidalgo y Costilla en el Colegio Jesuita de Valladolid.

   Quienes gustamos de la historia de México vemos en muchas ocasiones la referencia del padre jesuita Clavijero, lo ubicamos bien dentro de los pasajes históricos que él vivió como los que refirió en su obra. Al ver su vida encontramos que hubo un encuentro, de varios meses, tal vez un año escolar, con el aun menor Miguel Hidalgo cuando cursaba sus estudios primarios en el Colegio Jesuita de Valladolid. El encuentro se da en 1765, cuando iniciaba el curso el 9 de octubre. Hidalgo contaba con 12 años; Clavijero sería trasladado a Guadalajara en abril de 1766, esto nos confirma que fueron solamente unos meses los que el tuvieron contacto estos dos grandes personajes.

   "Nació Francisco Javier Mariano Clavijero, en la ciudad y puerto de Veracruz el 9 de septiembre de 1731. Su padre era don Blas Clavijero, natural de las montañas de León, en la vieja España, su madre doña María Isabel Echegaray, de distinguida familia oriunda de Vizcaya. Como hombre instruido que era, educado en Francia durnate el próspero reinado de Luis XIV y muy protegido por el poderoso duque de Medina Celi, don Blas pasó a esta Nueva España muy recomendado y a poco le vemos de Alcalde Mayor de Tezuitlán y luego en Xicayán de la Mixteca. Tuvo este feliz y cristiano matrimonio once hijos. Francisco Javier fue el tercero de ellos; otro, el mencionado padre Ignacio. No tenemos más noticia de los ocho restantes. Desde sus tiernos años el niño Clavijero estuvo en contacto con los indígenas súbditos de su padre, lo que le dio ocasión, bien aprovechada, para aprender las lenguas vernáculas, señaladamente la náhuatl, la otomí y la mixteca, que tanto le valieron, sobre todo la primera, para realizar la gran obra de su vida.

   "Después de cursar letras humanas y filosofía en los colegios jesuíticos de Puebla, entró por fin en la Compañía de Jesús en su noviciado de Tepotzotlán el 13 de febrero de 1748. Su notable capacidad untelectual y prodigiosa retentiva, bien pronto le colocaron, al terminar sus estudios, al frente de muy importantes cátedras de letras y filosofía y aun en la misma Prefectura de Estudios del Real Colegio de San Ildefonso. Leyó por entonces, aparte de todos los textos aristotélicos, los de algunos filósofos, entonces modernos: Descartes, Gassendi, Leibnitz, Newton, pero los leyó, no como están escribiendo autores ligeros de la actualidad "a escondidas y de contrabando", sino con pleno conocimiento y anuencia de sus superiores. Nada más fácil entre nosotros, que conseguir el permiso para leer libros prohibidos, cuando esta lectura es conveniente y aun necesaria para in hombre bien formado y profesor de filosofía, obligado a estar al corriente de los progresos de esta ciencia.

  "Mucho se ha hablado de las tendencias de Clavijero a ciertas innovaciones en la enseñanza de la filosofía. Estas tendencias se refieren únicamente a detalles en el método de enseñanza y al laudable empeño en descartar tantas trivialidades y cuestiones pueriles como se fueron introduciendo al correr de los siglos; pero, entiéndase bien, todo ello sin salir de la filosofía aristotélica, como bien dice su eximio y contemporáneo biógrafo Maneiro: "Demostró clarísima y aguda inteligencia en el estudio de la filosofía que se enseñaba entonce y de la cual, después, ya Maestro, él mismo se esforzaría por eliminar muchas cosas inútiles, para sustituirlas por la auténtica filosofía de Aristóteles".

  "Su afición favorita, sin embargo, fue la historia y la historia de su país natal. Esta afición era intelectual y además afectiva. Provenía precisamente de la estima que tenía de los indígenas, y este sentimiento le acompañó toda su vida y resplandece en todo el discurso de sus obras. Por esto recibió con gran gusto del padre Campoy, ilustre jesuita sonorense, la noticia de que en la biblioteca del Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, se encontraba un rico tesoro documental, el que había legado el ilustre sabio Carlos Sigüenza y Góngora, con la particular advertencia de que esos papeles se guardasen en cajones hechos de cedro de la Habana, para que los manuscritos no fuesen destruidos por la polilla.

  "Clavijero se sumergió en esos documentos, devoró con avidez intelectual aquella singular literatura y este fue el principio que luego había de germinar y dar a su tiempo tan sazonados frutos. Enseñó letras humanas y filosofía en San Ildefonso de México, en el Colegio de San Gregorio de la misma ciudad y en Valladolid, donde tuvo entre sus discípulos al jovencito Miguel Hidalgo y Costilla, como este mismo dejó anotado. De ahí pasó al Colegio de Guadalajara, donde le sorprendió el bárbaro decreto de Carlos III, primer peldaño, hacia abajo, de nuestras ruinas sociales.

  "Sin más equipaje que una muda de ropa y su breviario, fue embarcado el 25 de octubre de 1767 en el paquebot llamado Nuestra Señora del Rosario. Entre mil sufrimientos y un naufragio, del que se salvó invocando a Nuestra Señora de Guadalupe, llegó a Italia y allá fue destinado por sus superiores a Ferrara; mas luego, cuando ya concibió su idea de escribir la historia de México, trasladose a Bolonia, donde el ambiente literario y la cercanía de Bibliotecas y archivos tanto le habrían de ayudar para llevar a feliz término su empresa. En el año de 1787 falleció a la temprana edad de 55 años, víctima de un total agotamiento que se tradujo al fin en dolorosa infección vesicular.

Según un libro de texto de hace algunos años, así fue la expulsión de los Jesuitas de México.

Fuente:

1.- Cuevas, Mariano. Prólogo al libro Historia Antigua de México. Francisco Javier Clavijero. Editorial Porrúa, México. 1974. pp. IX-XI.

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