lunes, 27 de julio de 2015

Carácuaro, la presencia de José María Morelos en la Tierra Caliente

   Aclaro que, si bien este blog está dedicado a la Ruta de la Independencia y los monumentos que se colocaron en 1960 para conmemorar el Sesquicentenario del inicio de la Guerra de Independencia, al ir desarrollando el tema, fue necesario ampliarnos a la presencia de otros monumentos, los levantados a Miguel Hidalgo, luego de hacer todo el recorrido de las Estelas de Cabeza de Águila, el tema me condujo a seguir otra ruta, la de la cabeza del Padre de la Patria, recorrido un poco escalofriante al pensar que lo que allí se llevaba en esas cajas eran las cabezas de cuatro de los iniciadores del movimiento de Insurrección. Ahora, estando en el 2015, año que está dedicado a Morelos, me adentro un poco en la figura de este cura que es, sin lugar a dudas, el segundo pilar que sostuvo el movimiento de Independencia, personaje del cual, aclaro, he leído muy poco y que iremos descubriendo en este espacio virtual. Por motivos varios, hace un par de semanas llegué a Carácuaro, allí pasé una noche, en plena Tierra Caliente, eso me hizo pensar en las difíciles condiciones de vida que tuvo José María Morelos y Pavón cuando ejerció su oficio en la parroquia de Carácuaro y, más aun, cuando revolucionó por la agreste sierra michoacana y guerrerense.

  “El presbítero don José María Morelos nació en el rancho de Tahuejo, a las inmediaciones del pueblo de Apatzingan, de una familia pobre que se ocupaba en la arriería; Morelos se mantuvo en este ejercicio con un pequeño atajo de mulas en que consistían todos sus bienes, hasta la edad de veinticinco años en la que resolvió hacerse eclesiástico; hasta ahora no ha podido saberse el motivo verdadero de tan extraña resolución para un hombre a quien todo parecía alejar de semejante carrera; mas cualquiera que él haya sido, nada pudo hacerlo desistir del empeño que había contraído; vendidas las mulas de su atajo se dedicó a estudiar en uno de los colegios de Valladolid, lo que era indispensablemente preciso para lograr su intento, es decir, los principios de latinidad y de teología moral, y cuando en unos y otros hubo adquirido la instrucción que se reputó suficiente, se le confirieron las órdenes; pero no pudiendo obtener gran reputación en su nueva carrera abandonó Valladolid y se retiró al pueblo de Uruapan donde se ocupó en dar lecciones de latinidad hasta que se le confirió el curato de Nocupétaro y Carácuaro que en razón de su insalubridad y productos escasos no había quien quisiese aceptar”.

  “En este destierro que así puede llamarse, permaneció Morelos oscuro e ignorado, sin nombre ni concepto hasta que comenzó la insurrección; en Valladolid se hallaba accidentalmente cuando las fuerzas de Hidalgo ocuparon esta ciudad, y por entonces su ambición se limitaba a servir de capellán en el ejército insurgente, por lo cual pidió y obtuvo no sin dificultad el permiso del gobernador de la mitra Escandón; presentado a Hidalgo, este se desdeñó de recibir aun para capellán un hombre oscuro y sin carrera, y para deshacerse de él le dio la comisión de propagar la revolución en el sur. Morelos era hombre de educación descuidada y en razón de tal carecía de todas las prendas exteriores que pueden recomendar a una persona en la sociedad culta; humillado por el poco concepto que de él se tenía, se explicaba con dificultad, pero sus conceptos aunque tardos eran sólidos y profundos; sin instrucción en la profesión militar que no había tenido ocasión ni motivo de conocer, su talento claro y calculador le sugería los planes que eran necesarios para su empresa, y que abrazaba en grande y en todos sus pormenores; de esto dependía que sus operaciones jamás o muy pocas veces fallasen, pues todo en ellas estaba admirablemente previsto para el momento de obrar; persuadido de que el éxito de las empresas depende principalmente de la constancia en sostenerlas, él fue el primero que enseñó a los insurgentes a mantenerse sobre el campo aun cuando los primeros lances de una acción les fuesen desfavorables, y así lograban prolongar la resistencia de sus fuerzas que por esta razón raras veces dejaban de obtener la victoria. Entre los soldados de Morelos jamás hubo personas desarmadas ni que acometiesen al enemigo en montón; sus divisiones nunca presentaron la masa desmedida de hombres que las de Hidalgo; pero los que se hallaban en sus filas eran todos gentes útiles y que podían maniobrar con regularidad y precisión cuando el caso lo pedía, procurando su general que guardasen una rigurosa disciplina que él mismo no pudo aprender sino de sus enemigos”.

  “Morelos como magistrado civil fue también un hombre extraordinario; sin conocer los principios de la libertad pública, se hallaba dotado de un instinto maravilloso para apreciar sus resultados; nunca fue amigo de la Inquisición ni de los frailes, de lo cual dio pruebas aplaudiendo la abolición de la primera, y alejando en cuando pudo de su trato y de los negocios públicos a los segundos; apenas conoció los primeros principios del sistema representativo cuando se apresuró a establecerlos para su país; el ensayo fue extemporáneo e imperfecto como todos los que se hacen por primera vez en materia de administración, pero Morelos constante en sus principios sostuvo siempre la autoridad creada a pesar de verse atacado por ella no pocas veces, sin objeto, sin utilidad, y sin justicia. Las prendas morales de este jefe eran superiores a todas las otras; amante del bien público y de su patria, hizo cuanto creyó que podía conducir a su prosperidad y grandeza; muchas veces se equivocó en los medios pero jamás sus errores provinieron de deseo de su propio engrandecimiento, pues, aun en el puesto a que lo elevaron sus victorias, fue extraordinariamente modesto, desdeñando todas las condecoraciones y títulos, y no tomando otro para sí que el de siervo de la nación; su firmeza de alma y lo impasible y sereno de su carácter fueron cualidades que lo acompañaron hasta el sepulcro; ni en la prosperidad era insolente ni se abatía en las desgracias; dueño de un considerable territorio, con un ejército casi siempre victorioso, y con grandes y fundadas probabilidades de ser al fin el libertador de su patria, sufrió con paciencia y sin quejarse la intrigas y maledicencias de sus émulos que veían con envidia sus felices y constantes sucesos; precipitado hasta un calabozo, y ultrajado por los obispos y la Inquisición hasta el punto de ser declarado indigno de pertenecer al clero y a la comunión católica; jamás se le pudo arrancar una retractación ni que vendiese los secretos de mil personas que en México debieron a su silencio el reposo, la tranquilidad y la vida".

  “En medio de estas prendas extraordinarias y no comunes virtudes, Morelos fue duro y hasta cruel con los que militaban por la causa española; el supuesto derecho de represalias lo ejercía de la manera menos benigna; las más veces fusilaba, aun sin este motivo, a los principales prisioneros, y a todos los de esta clase que caían en su poder los enviaba al presidio de Zacatula, donde la insalubridad del clima y los trabajos forzados a que se les aplicaba comúnmente les causaba la muerte. Este es el hombre a quien se encargó como cosa sin consecuencia el sublevar la parte del sur contra el gobierno español y que desempeñó semejante comisión de la manera que no se esperaba”. (Tomado de José María Luis Mora. México y sus revoluciones.)

  Las imágenes que comparto son del Santuario del Señor Crucificado, templo en el que se venera al Cristo Negro de Carácuaro.  "En el altar mayor del templo agustino de Carácuaro se mantiene vigente la imagen escultórica del Cristo Negro Crucificado, el Señor de Carácuaro, esa sagrada imagen que tal como lo reseña en un libro el profesor Rosendo Hernández Sierra, es “muy venerada por los innumerables milagros que se le atribuyen, así como por la inquebrantable fe que se le profesa, lo mismo en la zona de la tierra fría lacustre, como por la región de las tierras calientes de Guerrero y Michoacán”. De las perdidas historias del Cristo Negro, hay versiones de que llegó a México traído por fray Juan Bautista de Moya en el siglo XVI, y que originalmente esa imagen fue obsequiada a un apartado pueblo del Estado de México. Sin embargo, por diversas razones nunca llegó, mientras que el destino final fue Carácuaro, donde permanece por dos siglos y, para el mes de marzo de 1799, arriba el cura José María Morelos para hacerse cargo de dicha parroquia".

  "Otra versión popular sobre la aparición del también llamado Señor de Carácuaro, afirma que el Cristo Negro se apareció en el cerrito de la margen derecha del río que pasa por ese pueblo, y que unos 60 kilómetros más adelante se convierte en un tributario del Balsas, y punto que se conoce en esta población como el “Tanque de las Ánimas”, lugar donde en fecha reciente inauguró el ex alcalde Román Nava Ortiz un espectacular monumento religioso que reproduce la imagen del Cristo Negro. Con el correr de los siglos, se acumularon maravillosas versiones contadas por el pueblo de Carácuaro referentes a la imagen de pasta de caña: se afirma, por ejemplo, que estuvo en las manos de personajes como Tata Vasco y fray Juan Bautista de Moya, que en su tiempo llegó de manera inesperada a este pueblo; que ante ella muchas veces se arrodilló y rezó el cura Morelos, entre otras. Hoy día, como en cada celebración del Miércoles de Ceniza, entre música y danza, flores, canciones y vigilias, se sigue venerando en Carácuaro al Cristo Negro". (Tomado de Cambio de Michoacán.)




  A un costado de la parroquia se encuentra la casa en donde viviera José María Morelos durante su estancia en Carácuaro.